Voces de la Aldea: Ramón Trueba
El único lugar que la crueldad no toca
Intento cada día profanar el misterio
de responder quién soy.
Si alguna pitonisa trazó signos en el aire
o busco indicios de buenaventura
en las uniones de los astros,
estoy lejos de esas predicciones.
Hay días en que creo que la costumbre arrecia
con la misma comodidad con que la abrazo.
Hay un ciego placer en este desmayarme,
como quien se acostumbra a la rutina , la defiende
y además es fácil asumir la eternidad con ella,
entender que si amamos una vez, es suficiente .
Este escenario concurre en un único destino
carente de señales,
incierto,
plagado de rapaces contingencias.
El placer se abre en lo sencillo,
en la apariencia momentánea de las cosas,
en tu desnudez ante el temblor de la penumbra
y también lo hace el sufrimiento,
como una cicatriz que recuerda la herida
de la injuria.
Ambos me saben a dos caras de una misma moneda,
a un mismo anhelo ineludible,
al juego errático de los pájaros ciegos.
Sólo pido la impaciente fe
aunque crujan los ojos e intimide el vacío,
acomodarme a las formas de mis muertes,
a las fantasías que asume cada fiebre,
a la belleza del poema:
el único lugar que la crueldad no toca.
El secreto es extrañarse ásperamente
para ganar los ojos florecidos de la infancia,
dejar que palpite la palabra
y se oxide la culpa…parecer humano.
El resto atañe a Dios
y a los muertos.
Habitantes íntimos
Siempre nos habita el amor,
una ardiente tempestad
clamando su derecho a incendiar los cuerpos.
Siempre nos habita el dolor,
asoma su cabeza en la maleza,
dispuesto a ganarnos la batalla.
Convivimos inexorablemente con ellos
sin poder saborearlos
porque suceden tan rápidos
que se tornan pasado de inmediato.
Imprescindibles porque tienen
el fuego de los dragones,
el aroma perturbador de los cerezos
y la misma boca que muerde
hasta sangrar.
Ignorarlos es renegar de la promesa de tenerlos,
aunque los espantemos
crecen robustos,
alimentados por nuestros propios rezos.
Si pudiera escoger a alguien en donde ardan
ambas bendiciones
te elegiría , mi amor,
para que me cuides
cada vez que no pueda con mi vida.
Lluvia
Alisa su paisaje y cae sin rencores
atada a la rutina de hacerlo todo agua.
Se cierra calle abajo como una cicatriz
y vuelve transparente la pena en los tejados.
Mi párpado agudiza su voz cuando la toca
hasta volverse el eco que lame a la memoria.
A veces pareciera la lluvia de la infancia
porque huele a la miel en los panes de invierno
y otras veces es agua que los muertos reclaman,
recorre cementerios y duerme entre las cruces.
Es cierto que se inventa países a su antojo,
se enamora de ella mientras abre senderos
pero sabe que cae sin poder levantarse
condenada a morir en su lecho de agua,
rodeada de las ranas, sus hijas predilectas.
Sabe del abandono despiadado y eterno
que provocan las idas,
de la espera en la grieta durante las vigilias.
Es un lugar ajeno, afuera en el vacío
y adentro nos enciende
despojada de miedos.
Los amores perdidos a veces no retornan
la lluvia vuelve siempre a besarnos la boca.