Dani Di Giorgio: el ojo con memoria
Daniel Di Giorgio fue camarógrafo de los canales locales durante casi 25 años. Antes de que existan las redes sociales Daniel ya había llevado a la gente común a la televisión. Hoy conserva todo el archivo de aquellos años y a veces por trabajo, a veces por placer, vuelve a verlo; como se vuelve al amor.

“Tengo el video de tu egreso cuando quieras te doy una copia, debe ser del año 95”, le dijo a dos metros de distancia, mientras esperaban para pagar un servicio. Después se puso a contar que conserva todo el archivo de los años que estuvo en el canal -1994-2017- y que lo está volviendo a ver. Yo que también estaba en la cola, a otros dos metros, no pude evitar parar la oreja, imaginar, hacerme preguntas: cómo es ver ese pueblo paralelo de los casets VHS. Ese lapso congelado de cumpleaños, casamientos, entrevistas, bautismos, egresos, deporte, curiosidades o actos de gobierno. El tiempo como el hambre se lo come todo y no hay mejor forma de comprobarlo que capturar una porción de realidad para luego comparar. Eso es lo que hizo Daniel Di Giorgio y cada vez que deja el archivo y vuelve a la calle del presente ve hombres y mujeres donde había niños, casas donde había baldíos, barrios donde había campo, arboles donde descampado, y un hueco mudo donde amigos y conocidos ya no están.
Daniel se mueve en esa máquina del tiempo que solo le permite mirar, una ventana indiscreta hacia lo banal, nada más y nada menos. Para un pueblo donde nos conocemos todos decir eso, es decir mucho.
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Daniel Di Giorgio tiene 61 años, es el último de ocho hermanos y vivió su niñez, adolescencia y adultez en Tapalqué. Un día se puso una cámara al hombro y capturó durante 25 años todo lo que pudo para el canal local DTCC y luego para Cablevisión.
Después del año 2017, que cerraron Cablevisión en Tapalqué, puso una ferretería, que más tarde tuvo que vender. Ahora está entusiasmado con su nuevo emprendimiento: una cooperativa que montó junto a sus hijos, donde fabrican baldosones, parrillas, mesas etc. -todo de hormigón armado-. Además está trabajando para la Municipalidad en el área de prensa, digitalizando y clasificando parte de su archivo personal con las obras de gobierno de los últimos 25 años.
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Cuando llego a su casa lo encuentro en la vereda. Viste jean, zapatos negros, una chomba negra con líneas horizontales blancas y usa el pelo peinado hacia un costado. Aparenta cierta parquedad que rompe con risas nobles y amables.
Sus ojos, enmarcados en grandes cejas, se hunden en la profundidad de las ojeras; ya lo han visto todo en este pueblo a través de un lente.
La pandemia lo obligó a trabajar desde su casa y se acondicionó un sitio para eso. Entramos por un pasillo hasta llegar al ambiente donde tiene un escritorio de madera con una computadora y por lo menos tres videocaseteras. El escritorio se continúa en una pequeña mesa con un televisor Noblex (hay otro en el piso, quizás más chico y más viejo que dice se lo prestó el intendente). Hay también una estantería repleta de VHS, cajas negras rotuladas con etiquetas blancas. Los casets continúan en otro mueble de pino pero cerrado con puertas y suman unos trescientos en total. Ese es su tesoro, el trabajo de más de 25 años con la cámara al hombro. Hay también una mesa y dos sillas donde me invita a sentar. Se va de plano por una puerta que da a su casa y vuelve con una jarra de jugo de ananá y una rosca cortada. Detrás de la mesa veo un cordel improvisado del que cuelga un tela verde.
—Con esa hacemos el croma, la estoy estirando por si hacemos el programa por youtube. Después le sacás el fondo a la imagen y ponés lo que querés —dice entusiasmado.
También hay una cámara super 8 sobre un trípode. Y me cuenta que la compró usada, que debe ser la segunda que hubo en Tapalqué.
Habla tranquilo, modulando correctamente y con un timbre grave, no hace muchos ademanes aunque suele señalar con la mano derecha sitios del pueblo.
—Servite, servite —me dice mientras prueba el jugo.
Tiene algunos recuerdos de su infancia que relaciona con su pasión por la cámara, trata de buscar en su memoria, en la otra, y recuerda que no tuvo televisor hasta los 14 años, pero que solía ir a la casa de algún vecino a mirar. También recuerda que a los 7 años viajó a Buenos Aires a visitar a un tío y alguien de la familia trabajaba en canal 11, en la parte de técnica. Y que en su casa siempre hubo una foto de este pariente junto a las maquinarias del canal. El tercer recuerdo es como el de muchos de su generación que fue marcada por las revistas populares.
—Viste, nosotros nos manejábamos todo con revistas: Gente, Siete días, o de historietas. Yo veía un trípode como este con una cámara —dice señalando la super 8 —veía que estaban filmando alguna película y pensaba “qué lindo debe ser filmar”, esas cosas de chicos porque no sabía nada. O veía un paisaje del campo y pensaba en filmarlo.
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El primer acercamiento al mundo de la imágenes fue haciendo una changa con Rodolfo Fittipaldi (fotógrafo del pueblo). Daniel necesitaba juntar unos mangos porque había salido sorteado y tenía que irse al servicio militar. Entonces se puso a vender fotos, en realidad las fotos las sacaba Kiko Cosentino, las revelaba Rodolfo y cerraba el círculo Daniel, vendiendo casa por casa de los retratados -fotos sociales-.
El servicio militar fueron 14 meses pero en el año 1978 en plena dictadura militar. Un paréntesis abierto en la vida de un chico de pueblo que se encuentra con un mundo desconocido, que todavía hoy parece estar vivo en su memoria.
Al regreso volvió con Rodolfo pero a trabajar en una vidriería, más tarde puso una despensa y le iba bien, pero entrada la década del 90 con la crisis económica el pueblo se volvió un desierto; tuvo que cerrar. En ese impase pensaba abrir en otro barrio o buscar otro rumbo, pero apareció un joven de 23 años, inquieto, audaz, seguro de sí mismo, que con voz de locutor le dijo: “Dani vos me tenés que ayudar con la cámara de Rodolfo”. El joven era Diego Magnani, que regresaba de sus estudios cursados en Olavarría y Mar del Plata donde también se había vinculado con el mundo de la radio; ahora quería hacer radio y televisión en Tapalqué. Diego era sobrino de Rodolfo y se conocían de la vidriería.
—Yo había hecho imágenes antes, porque con Tapalqué tengo locura, con el balneario, con el paisaje de Tapalqué. Así que lo primero que filmé fue de arriba del puente una imagen del arroyo y otra de la 9 de julio sin rambla, haciendo zoom. Para practicar, no sabía nada —aclara sonriendo y agrega —Yo había hecho algunos sociales para Rodolfo; me acuerdo el primer casamiento, lo filmé todo desde un rincón, transpiraba, quería hacer las cosas bien y quería que me saliera. Porque si no te sale en el momento es terrible. Eso me pasó siempre; me habrán visto piola filmando pero siempre fijándome todo —dice mientras con los pies cruzados a la altura de los tobillos repiquetea el piso.
Diego por supuesto lo convenció e hicieron un programa piloto, improvisaron un estudio en un cuartito diminuto donde Rodolfo sacaba las fotos carnet: un escritorio, dos sillas, un micrófono prestado, la Panasonic 9000 (de Rodolfo) y un primer invitado: Papelito, el creador del ya mítico circo que recorrió durante 40 años los pueblos de la provincia de Buenos aires. No podía fallar.
Cuando Diego presentó el piloto en el canal DTCC (1992-93), que estaba en sus inicios, el material gustó y le propusieron hacer un informativo. Aceptó con una condición, dijo: “Tengo mi camarógrafo: Daniel Di Giorgio”, “¿Daniel es camarógrafo?” le preguntaron agrandando los ojos’, “Sí, es mí camarógrafo, yo entro si entra él” sentenció y con esa frase firmaba los siguientes 20 años de trabajo profesional de Daniel.
—El canal ya estaba armado, tenía su gente, pero los convenció. Vino y me dijo te quieren a vos también, andá y arreglá el precio. Yo al principio era un agregado, trabajaba en negro, un arreglo de confianza con Diego.
Cuando empezaron no pararon, eran una dupla perfecta, salían a la calle, hacían entrevistas, encuestas, viajaban a cualquier visita que hacia el presidente Menem o el Gobernador Duhalde en la zona. Se escurrían entre los medios nacionales, nunca se acreditaban, pasaban , fingían, ponían cara seria, pedían por favor, y hasta le rogaban al policía de custodio que los dejara tomar una imagen del presidente. Todo para traer a Tapalqué, todo para la gente de su pueblo. Pero lo que más marcó su estilo fue una idea: que la gente común salga por televisión. Esa fue la gallina de los huevos de oro, el as bajo la manga. Porque un noticiero que se alimente de los sucesos diarios en Tapalqué tenía poco para decir. Pero lo que sí había para mostrar y Daniel lo supo desde el primer día, era lo que ya conocía de trabajar con Rodolfo: sociales.
—Fui el primero que implementé pasar sociales en Tapalqué. El canal me prestaba la cámara, entonces dije: filmo cumpleaños, casamientos, bautismos, por ahí vendo el video, y además lo pasamos por el canal. Y eso es lo que hicimos con Diego y gustó.
Las redes sociales no existían, tampoco youtube, ni siquiera los reality shows donde se empezó a ver gente común –casting mediante-. Sí el antecedente de cubrir sociales de “ricos y famosos” era de larga data, pero ver al vecino, al pariente, al cuñado, a los chicos en la escuela, a la gente común y corriente en televisión, era una novedad.
—No es por nada, pero había mucha gente que no salía por televisión. Salía sí el intendente, el concejal, el director de la escuela, pero nadie más —dice y agrega —Yo soy un agradecido a Tapalqué y a la gente porque me abrieron las puertas en todas partes. Nunca tuve un problema, sabiendo que tengo mi color político o mi club. Yo entré a todos lados, siempre. Soy muy agradecido.
Cuando cerró DTCC y se fue a Cablevisión les propuso pasar “sociales”. Primero se negaron, pero después los convenció.
—Filmé dos o tres cumpleaños y los pasé, después venía la gente a pedirme que también filmara sus cumpleaños —dice todavía convencido de que esa es la fórmula que no falla —y sigue —un día me dice Romera (el intendente que había sido electo en 1995) “¿No se podrá pasar el noticiero de Tapalqué en Azul?” pregunté y me dijeron que sí. Después cuando sacaba vacaciones y no salía el noticiero, la gente de Azul preguntaba por qué no salía el noticiero de Tapalqué. Yo los cargaba a mis compañeros de Azul: “Saben por qué la gente quiere ver nuestro noticiero, porque nosotros pasamos, sociales, “chusmeríos, gente común”.
Esa simpleza leída hoy, 30 años más tarde, se vuelve un acto de resistencia frente al modelo que proponía el neoliberalismo de aquellos años. Porque mientras la vida frívola de los ricos y famosos -incluso el presidente se mostraba como un personaje de la farándula- se trasmitía por los canales de aire volviéndose el deseo aspiracional de muchos, en Tapalqué la gente común miraba gente común por televisión y lo disfrutaba -el primer día de jardín de infantes, un egreso, un baile en Jubilados, un huertero mostrando su cosecha record, un cumpleaños-.
Años más tarde, apareció DirecTV (un nuevo sistema de televisión satelital) y desde Cablevisión planeaban una estrategia para competir, sabiendo que tenían la ventaja del canal local, aunque se preguntaban qué contenido pasar. En una reunión de los canales de las ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires se planteó el problema de la nueva competencia, y cuando le tocó el turno a Dani le preguntaron “¿Y usted qué hace?”, “Yo soy camarógrafo de Tapalqué, paso cumpleaños, casamientos, bautismos, la gente que nunca sale por televisión” dijo Daniel con la tranquilidad de quien conoce los resortes que mueven el gusto popular de las pequeñas comunidades. Después de un silencio breve su interlocutor pensó ¡eureka! y les dijo a todos: “Eso tenemos que hacer”.
Ahí estaba al alcance de la mano y con cero costo de producción la criptonita de la competencia.
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Anécdota casamiento.
Era de día o de noche, llovía o el sol quebraba las baldosas vainilla del veredón de la iglesia, nada de eso importaba porque lo que había que capturar en imágenes con movimiento, volver recuerdo fiel, condenar a una repetición para el llanto o la risa, para el amor o para el odio era el ritual que sucedía adentro de la iglesia San Gabriel Arcángel. La novia entra radiante por el pasillo de la nave central, los invitados giran para verla emocionados, el “padre” Juan Ángel espera en el altar con la gracia serena que le dan los cientos de actos litúrgicos que carga en la piel y el alma. Quizás por eso mismo se distrae viendo a Daniel, que con la Panasonic 9000 al hombro y un bolsito con una batería de moto -para alargarle la vida-, camina hacia atrás delante de la novia. Daniel se mueve calmo, es un animal de caza, retrocede con pasos suaves para mantener el ritmo de la novia pero también el pulso. Lo está haciendo bien (siempre tiene temor de equivocarse) la luz funciona, el rojo del REC indica que todo anda bien. Pero de pronto lo invade un calor, un fuego, un ardor como una mordida en la espalda. Tal vez pensó que era mal momento para una revelación divina, que más que un fuego sagrado sentía un ardor terrenal, epidérmico. Sin perder su objetivo gira la cabeza por sobre el hombro y ve humo. Ya está claro que no se trata de Dios, ni si quiera del diablo, es él que se está quemando y el humo ya se vuelve sospechoso para los demás. Sigue filmando aprieta los dientes, el padre Juan Ángel lo mira como quien ve un milagro o un absurdo; uno que está en la primer fila se ríe mientras piensa “Que canchero Di Giorgio fuma y filma al mismo tiempo”.
Un rato antes, por la tarde, había llevado la cámara a arreglar -a lo Bichi Zóccoli- porque se le había volcado el ácido a la batería de moto y no andaba la luz. “Mirá que tengo casamiento”, le dijo “¿Vos me la podés arreglar?”. Sobre la hora estaba lista, sin mirar la encendió y se largó a filmar.
Ahora con la iglesia repleta mientras transpira y humea no deja de filmar. Sabe que el presente no se repite aunque los rituales sean pura repetición -con diferentes protagonistas-; él debe capturar uno para que la repetición sea perfecta. Cuando por fin los novios se encontraron en el altar tuvo un segundo; corrió detrás del piano como un pistolero que salta detrás del mostrador para recargar y revisar el rasguño de bala. Comprobó que el cable que se había pelado con el ácido le estaba quemando la ropa y la piel. De un tirón arrancó todo y volvió al ruedo, sin luz y con otra batería a volverse invisible para que todos puedan verse más tarde.
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—Servite, servite— insiste, y muerde una porción de rosca como para incentivarme.
Ahora se para y trae dos cuadernos, uno Rivadavia tapa dura y otro con espiral. Ahí tiene anotado todo el contenido de los casets. El Rivadavia es en realidad de Oscar Manuel, compañero camarógrafo, quien fue custodio durante años de ese material; el otro es el resultado de su revisión de los últimos meses. Pasa las manos suaves y lee sin emitir sonidos cosas como: torneos Juveniles 1995, chancha come maíz sola, ovejas muertas Echeverría, (blopper veo-veo) se cae “Manteca” Carestía de la silla, escuela Nº11 imágenes, Duhalde helicóptero, casamiento Echegaray, muerto en el campo, peña jubilados, operativo policial, Mercedes Spreáfico (llegan de EEUU).
Una lista extraña de sucesos que Daniel como un Funes Borgiano recuerda al detalle el día que lo filmó.
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—Siempre dije, fílmensé , sáquense fotos, no conmigo con quien sea, yo tengo imágenes de los nenes míos cuando gateaban y cuando empezaron a caminar.
En todos esos años de trabajo en el canal, nunca se apartó de la cámara, la llevaba en el auto hasta cuando iba a hacer mandados. Si sonaba la sirena de los bomberos corría detrás, incluso hoy después de tres años cuando suena la sirena siente un impulso de salir con la cámara, y ha llegado a hacer varias cuadras como un autómata persiguiendo el autobomba hasta caer en la cuenta de que no es más su trabajo.
Detener el tiempo para no olvidar, guardar, archivar, volver a ver. Hace poco con ese mismo afán Daniel fue a filmar a su mamá que tiene 90 años, se llama Zulema Salamendi. Conversaron, le contó su vida y Dani la oyó sabiendo que su historia se quedará para siempre esculpida en el tiempo.
Ese es el valor que le da a las imágenes, documental en el sentido más genuino, un recorte de la realidad. Esa idea lo ha llevado a compartir videos con los familiares de amigos y conocidos que ya no están, su deseo es que el recuerdo también sea esa imagen con movimiento, con una voz, con una forma de moverse.
Convivir con ese archivo que es del pueblo pero también es personal, le gusta, lo mantiene conectado a algo inexplicable. No a la nostalgia, no parece añorar tiempos perdidos, es más bien sentir que ahí había encontrado algo que valía la pena y que no quiere soltar. No le importa mucho el avance de la tecnología, que el mundo sea otro, que las redes sociales hayan cambiado la matriz comunicacional incluso de los grandes medios, él se inclina más en pensar por ejemplo en la gente grande -que no usa internet- y que dice “Siguen esperando una buena noticia, algo de su pueblo, un cumpleaños por televisión”.