Somos hippies año 2000
Facundo Friscoletti y Noemí Feula, son compañeros de vida y de aventura. Son artistas de nuestra ciudad que llevan adelante un proyecto musical que los conecta con lo mejor de la cultura rock. No hace mucho decidieron cambiar de rumbo en su vida y ahora, con más tiempo para el arte reflexionan sobre lo hecho pero sobre todo sobre lo que vendrá.

El sentado en una banqueta sostiene una guitarra, ella parada a su derecha, sostiene un bajo. Hay además otros dos músicos, uno fue el productor del disco que están por presentar y el otro se acaba de sumar a la formación. No hay escenario, solo una alfombra en el piso, tampoco escenografía, aunque de fondo se luce un ventanal del que cuelgan cortinas como fantasmas.
Envueltos en el aura del “escenario”, Facundo empieza a tocar sus canciones, entre tema y tema saluda a los amigos con naturalidad y genuina alegría. Se acerca su perro “Migue“ que mira con indiferencia al público y se echa al pie del micrófono. Las canciones se suceden sólidas; cuando se hace un parate Facundo Friscoletti dice con acidez:
—¡Parece mi velorio esto, están todos! —y agranda la sonrisa.
Estamos en Casa Wila, una casa reciclada en un espacio cultural, sin dejar de ser una casa. Las luces son bajas, el mobiliario es austero, la decoración también, son un par de habitaciones que antes fueron living o dormitorios y que ahora son más que suficientes para ofrecer una alternativa cultural en Tapalqué, que se emparda con cualquier gran ciudad. Quienes dan el show son Facundo Friscoletti, Noemí Feula, Seba Mansilla y Juanelo De Tandil y es la primera vez que tocan en vivo con esa formación. Es el proyecto solista de Facundo y presentan canciones del disco Tapalké, que grabó en 2019, antes de que el mundo se detuviera.
La voz y la guitarra de Facundo suenan frescas, pero poderosas, llevan consigo la sabiduría de quien se entrega de pleno al arte, a la creatividad, a la música y la poesía. Sus letras aunque originadas en vivencias personales no se anclan ahí, tienen la magia de la palabra que se convida a ser interpretada sin manuales.
Tocan frente a amigos y desconocidos, habemos cuarentones pero también adolescentes, todos o casi todos coreamos los estribillos, porque cuando descubrimos ese disco supimos que teníamos en nuestras manos un puñado de las más originales canciones que hayan salido de nuestra Aldea.
Cuando el show termina y vuelvo a pisar la vereda de Tapalqué me pregunto qué significa ser artista en este pueblo, qué significa hacer canciones de rock en este pueblo, y cómo vive alguien que hace eso, en su adultez, en este pueblo. En busca de algunas de esas respuestas, días más tarde, iré a visitar a Facu y Noe.
***
23 de marzo 2022. El día es de plomo, pedaleo en dirección al norte y el pueblo se termina pronto, pero en la última bocacalle veo un auto marcha atrás que entra por la calle transversal y cruza frente a mis ojos dejando la sensación de una película rebobinada. El extrañamiento que me produce la escena me envuelve en una atmósfera surreal, que se me antoja, la clave para leer mucho de lo que veré en mi visita a onde viven Facundo Friscoletti y Noemí Feula. Hace unos ochocientos metros que el pueblo es solo pastizales. Me detengo en la quinta de la familia de Noemí. Dos perros ladran, uno atado con cadena y otro suelto que se acerca, alguien me recibe y advierte de la bondad del perro. Le pregunto por Facundo.
El escenario se impone, una vieja calesita reposa inmóvil contra su propia naturaleza. Más adentro del terreno veo un tractor antiguo, una pelopincho abandonada y cientos de objetos imposibles de definir de un vistazo: distingo chapas, maderas y herramientas antiguas; se trata de una especie de chatarrería, sin fines de lucro, de Guillermo, el padre de Noemí. Un libre acopio de objetos sin otra aparente relación más que la acumulación de años en su materialidad. El aire es fresco y perfumado por los árboles que entran con timidez al otoño. Hay gallinas que vagan libres picoteando y escarbando en una cuneta, oigo las cotorras que chisporrotean su parloteo desde los eucaliptus, pero, mi atención se la lleva un pavo real que observa fisgón desde el techo de la casa. Llega facundo, viene con un bidón vacio a recargar agua potable para el mate.
Para llegar al colectivo que convirtieron en casa, o su base de operaciones como les gusta llamarlo, hay que atravesar un pequeño bosque de fresnos. Facundo me cuenta, como en un guiado turístico, que esos árboles son jóvenes y que cuando Rufi (así se refiere a Noemí) era chica, no estaban. Dice que ese lugar era un bajo lleno de plantas de duraznillos, porque mucho antes de que Rufi naciera, de ahí se sacaba tierra negra para fabricar ladrillos de barro y desde entonces cada vez que llueve se vuelve laguna.
— Los fresnos crecieron gracias a que se acumulaba agua —teoriza Facu —son semillas de aquel fresno enorme que esta allá —dice señalando un ejemplar añejo más alejado.
Antes de instalarse definitivamente solían elegir ese sitio para acampar con su combi.
—Cuando trajimos el colectivo ni lo dudamos “venimos al monte”, siendo que es una cagada vivir acá porque cuando
llueve el agua llega acá—se toca arriba del tobillo —abajo del colectivo rellenamos pero lo demás se cubre por el agua; que se yo, es lo que es; es lo que hay que pagar para vivir acá y pasar las noches acá.
Antes de sentarnos a conversar ya con Noe, que se sumó a la charla, me muestran un baño triangular que están haciendo y más allá una cabaña construida íntegramente con materiales reciclados por Guillermo. Siguiendo un pequeño sendero finalmente damos con una laguna artificial de unos sesenta metros de largo por cuarenta de ancho.
— Eso lo hizo hacer Guillermo, alguien le compró la tosca y él accedió con la condición de que le hicieran esa forma— me cuenta Facu.
Guillermo propuso una transformación de la naturaleza, le dio una forma orgánica e incluso conservó un pequeña isla en el medio que pretende comunicar con la orilla con unos puentes curvos de hierro aun sin concluir.
— Salieron totoras, hay pescaditos, todas estas plantas las puso mi viejo, esos puentes los hizo él solo, una locura — dice Noe.
Cuando la recorrida termina nos sentamos a conversar entre los fresnos, en una especie de living al aire libre con piso de tierra recién barrido al lado del colectivo-casa. Las sillas son como la de los paradores playeros, de caño y lonas estampadas con marcas de cerveza, hay también una mesa ratona, canteros de piedra que rodean los árboles y como una especie de adorno irónico, televisores viejos que sostienen macetas, o simplemente se ofrecen como objetos fuera de contexto. Los pájaros se encargan de la banda sonora.
***
Facundo y Noe se conocieron hace siete años en Pizza Party. Fueron compañeros de trabajo y las cosas en común, el tiempo y las ganas los fueron empujando a más. Hoy sostienen que su capacidad de trabajar juntos es su fortaleza, además de que ambos coinciden en la aventurada idea de viajar, hacer música y si el mundo tira para abajo ellos prefieren no estar atados a nada. Aunque lo estuvieron y les costó bastante salir de ahí, años de planificación. Los dos son hijos de padres que escaparon a la vida urbana encontrando en Tapalqué una opción posible. “El Flaco Friscoletti”, papá de Facu, en el año 1992 abrió la primera pizzería del pueblo, en ese entonces “pedir” una pizza era algo que ni se soñaba por estas tierras; en todo caso alguna cocinera podía preparar una pizza de un día para el otro. El flaco, que trabajaba en un banco en Burzaco y los fines de semana navegaba en un velero en el Río de La Plata, eligió la libertad, se vino al pueblo con su compañera y Facu que ya tenía seis años.
—Yo hablaba así —dice imitando un tono porteño arrastrando la palabras —tenía ese tonito, era un bicho raro acá en Tapalqué. Digamos que hasta los quince años miré la tele, así de una. Me iba los tres meses de verano a la casa demi abuela cuando el calor agobia en Buenos Aires. Iba a verla a mi abuela y también porque allá en la tele estaba MTV, Nikelodeon, I-Sat, era el plan perfecto, una tele para mí, ¿qué más querés? Después venía acá y tenía la libertad, pero eso fue recién cuando me animé a salir de la habitación.
En su forma de narrar se adivina que visita esos recuerdos a menudo, se mueve seguro en el relato, con los datos justos y casi siempre cierra las frases con una enorme sonrisa. Lleva la barba crecida, el pelo corto que cada tanto se acaricia, vicio de cuando lo llevaba largo imagino. Cuando escucha lo hace atento, clavando su par de ojos como anzuelos. Noemí está vestida completamente de negro, el pelo también es oscuro aunque sobre los hombros le caen las puntas decoloradas, un piercing le brilla en la nariz y ahora sus ojos vivaces siguen cada gesto de Facundo. Escucha y asiente cuando él me cuenta de las consolas de videojuego de su infancia y de cómo también su vida de aquel entonces eran los videosjuegos.
— Yo, si bien crecí acá en la quinta haciendo “casitas” en la cabina de una camioneta vieja o amontonando chapas (porque mi papá es chatarrero), o jugando acá mismo cuando se llenaba de agua; también me crié con los videojuegos. Fue re loco porque mi hermana mayor se puso de novia con un chabón, un fanático de las compus. Así que desde que tengo memoria había una compu en casa. Los videojuegos tienen eso que también te estimulan mucho desde lo visual, la música, la animación, es hermoso; ahora son directamente como películas— dice Noe.
— Cuando pienso en hacer música busco representar un poco eso: la música que escuchaba en el sega, en las películas de vhs o de I-sat —completa Facundo.
Ahora en cambio decidieron despojarse de las pantallas, no tienen internet más que en un celular con el que algunas noches le dan wifi a la compu para navegar en youtube.
— Pasa que yo me envicio mucho —confiesa Facundo —en cambio ahora me leí dos libros, nunca había leído un libro. Es probar sin andar diciendo nada, no romperle las bolas a nadie, hacerlo con uno a ver qué pasa, por ahí estamos equivocados. Pero también por eso me parece que nos vinimos para acá, porque también todos somos unos “ratones paranoicos”, queremos más plata, gastar menos y estamos pendiente de lo que dicen los demás, y cuando te alejás de la gente eso también se va un poco, se evapora, podés hacer la tuya, un poco, que se yo.
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Antes de construir su casa en un colectivo viejo sin motor y fusionar la vida común con la de motorhome, compraron una combi que equiparon para viajar. Primero a destinos cercanos, pruebas pilotos para adaptarse a la vida nómade y a la escala mínima de vivir en un vehículo. También probaron un invierno en la costanera, vivían a la costa del arroyo y a la noche iban a trabajar a la pizzería.
—Queríamos ir a Uruguay porque pensábamos que ahí podíamos aprender un montón de cosas.
Hasta ese viaje siempre habían tenido solamente quince días de vacaciones, pero esa vez dijeron chau pizzería nos vamos un mes, aunque se terminaron quedando cuatro.
El destino: Cabo Polonio. Cincuenta personas en temporada baja en un pueblo, que en esas largas noches sin luz eléctrica, aparece y desaparece al ritmo caprichoso de un faro.
— Después la cosa iba mal acá en la pizzería, ya era invierno y tuvimos que volver.
Recién ahí Facundo entendió que estaba atado a un negocio familiar. Desde que falleció su papá en 2010 él había ocupado un lugar imposible de llenar, se había obsesionado y casi no pensaba en otra cosa que en la pizzería. Esa aventura en Cabo Polonio, donde conocieron una vida despojada de lo material y sin proyecciones a futuro, fue un quiebre para ambos.
Aunque volvieron a la pizzería, que agonizaba sin cocinero y sufría un invierno crudo de pueblo, sabían que esta vez sería temporario. Se hicieron cargo de la cocina, paradójicamente habían aprendido a amasar pizzas en Uruguay y también habían aprendido que ellos podían vivir con nada o casi nada. El papá de Noe cedió un lugar en su quinta, de un par de hectáreas y se les ocurrió convertir un colectivo en una casa. Clavar al suelo un artefacto móvil que no les permitiera olvidar la aventura del movimiento.
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La conversación sigue en ese living de fresnos, un pájaro carpintero aguijonea con el canto el aire húmedo del otoño, un gato me salta a la falda e insiste en que le haga caricias, como solo los gatos saben insistir. Facu preparó el mate y cada tanto me convida uno. Noe me cuenta que está vinculada con la música desde chica. Su cuñado, el mismo de las compu, le enseñó a tocar la guitarra y fue parte de una banda de rock cristiano, aunque ahí tocaba el bajo; y así atravesó su adolescencia en encuentros religiosos tocando para públicos fieles. Le fue muy difícil decidirse por el arte como una forma de vida, sobre todo por la opinión de su papá que sentenciaba que “los artistas son todos vagos”. Después de algunos intentos en la universidad decidió hacer la suya, dibujar, hacer fotografía, video, tatuajes y además música. No se arrepiente de nada y cada vez que puede alienta a otros a hacer de su vida lo que deseen, eso que a ella le costó insomnio, ansiedad y culpa.
***
Un niño de nueve años se escabulle en la sala contigua a la pizzería, ahora no hay nadie pero es la sala de ensayos del grupo donde Pilo Santos es el baterista. Ese instrumento que el niño desea duerme cubierto por una sábana como una crisálida. Ahora el niño se acerca en silencio con los nervios de un profanador y corre el velo, los bronces y metales cromados lo ciegan; para ese niño llamado Facundo la batería de Pilo es un unicornio, un dragón, todo lo imposible. Traga saliva, mira para atrás por las dudas, monta a la bestia como un jinete intrépido, trae a su cabeza la canción que escuchan día y noche sus primas de Buenos Aires que están de visita, toma los palillos, mira el cencerro, el hi hat, el redoblante, carraspea para aclarar la voz y canta: “Cómo te lo digo/ que te necesito/ no encuentro palabras/ para convencerte/ que tengo en mi pecho/ un corazón que te ama/ si no estás conmigo/ (ahí su oído le dice que en la “M” de conmigo debe sonar el cencerro y empezar el ritmo, chic chic tuc) /yo te extraño tanto/ cada minutito/ pero me consuela/saber que eres toda/ para mi solito/ (chic chic tuc, chic chic tuc),/ estoy , estoy, estoy / (y ahora redoblante y así todo el tema flotando en un éxtasis de ritmo tropical iniciático).
Trece años más tarde el deseo vuelve, el niño ya tiene veintidós años, trabaja en la pizzería y esta convenciendo a la familia de que le presten los ochocientos pesos que lo separan de su pasión. Cuando lo consiguió no tardó en domar el instrumento y sin rodeos armó su primera banda “Jalea”.
— Yo dije vamos a armar una banda los cuatro looser de la escuela y vamos a sonar bien, entonces automáticamente otros van a decir “si estos pueden nosotros también” y se van a sumar otras bandas, dos, tres, cinco, y en diez años vamos a hacer un ejército de bandas —dice entre carcajadas, y sigue —no sucedió nada de eso, pero no tiramos la toalla todavía — Vuelve a reír.
Con Jalea empezó a escribir las primeras canciones y a pura intuición grabaron un disco aún disponible en youtube. Hacían Rock setentoso y soñaban con ser los “Pescado rabioso” de Tapalqué. Cuando se fue el cantante él ocupo ese lugar y el nuevo grupo se llamó “Selenitas”.
—Porque antes se creía que había unos habitantes en el interior de la luna llamados selenitas y como nosotros somos unos lunáticos y siempre ensayábamos de noche el nombre iba re bien. Grabamos un disco que nunca salió pero estaban buenas las canciones.
Cuando el grupo se disolvió se convenció de que debía encarar un proyecto solista. Maquetó, ejecutando él todos los instrumentos, una nueva lista de temas y se fue a Tandil en busca de un estudio y un productor que le recomendó una amiga.
—Yo lo vi en toda esa transacción y lo apoyaba—dice Noe, y sigue —pensaba “este loco es increíble como escribe las canciones”, vi cuando aprendió a tocar la guitarra, siempre lo vi como un re artista. Además representa Tapalqué que es su lugar, nuestro lugar.
Viajó más de 20 veces a grabar a Tandil, era el año 2018 y como el dinero no le alcanzaba también empeñó un equipo de música.
— Lo entregué a la música. Mi anhelo era: grabo esto, va a salir bien porque le voy a poner todo. En un par de años me va a dar la posibilidad de grabar otro disco y ese de grabar otro y capaz de ir a tocar en un par de lugares y cuando tenga diez discos, por ahí, tocar un poco más. Bueno todo esto pasó y así todo en los eventos culturales no nos tienen en cuenta.
En las palabras de Facu resuenan preguntas fundamentales: ¿Quién legitima a los artistas? ¿Qué rol ocupa el estado en la promoción y difusión del arte para equilibrar la fuerza del mercado y de las industrias culturales que moldean los gustos masivos? ¿Qué lugar ocupa el arte y el entretenimiento de las minorías en los pueblos del interior? ¿Cómo se construye una carrera profesional vinculada a lo artístico sin mudarse a los grandes centros urbanos, o mejor, al único centro urbano del país donde se concentran las oportunidades: Capital Federal? ¿Cómo hacemos para crear comunidades que fortalezcan al Arte y a los Artistas?
Facundo cuando duda recurre a sus artistas guías.
—Mi diccionario son los artistas que me gustan; Spinetta, el Príncipe Gustavo Pena, Mateo, Dargelos de Babasónicos. Entonces veo que a ninguno de estos chabones les dijeron desde un principio que sí. Yo no quiero ser Sergio Denis, eso ya lo sé, me encanta Sergio Denis, pero no quiero que mis fans sean dos viejas de acá y dos de Alvear.
— Hay que sostenerse en el tiempo y después da frutos— agrega Noe.
— ¿Qué son los frutos? —le pregunto.
— Y bueno, tener tu gente que te quiera ir a escuchar, en Azul por ejemplo.
Facu completa la idea:
—La ambición es poca: que cincuenta personas vayan a escucharte acá en Tapalqué, cincuenta en Azul, treinta en Olavarría. Esa noche en Casa Wila fue la primera vez que tocamos. Ahí me sentí joya, aunque hubo cosas de falta de ensayo, pero me parece que de a poco se puede dar, o no. Es azaroso. Yo estoy contento porque un pibe me escribió en instagram y me preguntó por los acordes de un tema, le dije MI, SOL, y LA los tres más fáciles —y se ríe a carcajadas.
No solo le escriben para preguntarle los acordes también pasan cosas como esta:
—Ese día en Casa Wila un pibe sacó un disco mío y un fibrón de la campera, y a mí me agarró un retorcijón de panza—suelta la risa —lo invité a la vereda para que no me vean, no sé cómo se reacciona —se pregunta y vuelve a reír.
—Pagó la noche — le digo
—La década —responde y sigue riendo.
—Esos son los frutos: hacer lo que a uno le gusta y que alguien te agradezca —Completa Noe respondiendo aquella pregunta.
—¿No se proponen que sea una entrada de dinero la música?
Al proyecto, a la música, hay que darle para que después te devuelva, por los menos las bandas que me gustan tienen diez años de proyecto y yo recién vengo sosteniendo un proyecto desde el 2018, queremos alimentar eso. Igual tengo re claro que hay que trabajar, para mí la plata se hace trabajando, si vos querés trabajar de la música, todo ese tiempo que tardás en lograr que te entre dinero de la música lo tenés que hacer trabajando de otra cosa. Yo vengo de esa idea, mi abuelo trabajaba en YPF, cuando murió Perón era como que se le murió un hermano. El tipo tenía un compromiso con el país y por eso no faltaba, esa fue la crianza de mi abuelo materno, esa ficha me quedo en la cabeza. Me planteo por ejemplo seguir tres años así, en estos tres años la música tiene que ir ganando espacio.
—¿Siempre te proyectás en el tiempo?
—Sí, siempre. En el momento que tenía plata grabé un disco. Tenía la plata, las canciones y las ganas de someterme a eso. Exponerme, porque es exponerse; si te quedas en tu casa no pasa nada. Dejar la pizzería fue un proyecto, era un negocio familiar. Yo siempre fui lento, imaginate que toqué por primera vez un instrumento a los veintidós años . Después empecé a buscar mi vida, fue un proceso lento.
¿Estás componiendo?
—Sí, sí, aunque ahora el horóscopo chino me dijo que tengo que parar y revisar —Cierra con la carcajada
—¿Cómo?
—Sí, yo creo en Ludovica —se vuelve a reír y sigue —me gusta jugar con eso. Soy tigre y en el zodíaco soy Aries. En los dos soy punta de flecha, tengo que ir para adelante. Pero el tigre este año necesita sí o sí conectarse con la naturaleza y relajarse. Si este año el tigre está en la ciudad se vuelve loco, entonces hay que enfriar, repasar el pasado (que es lo que estamos haciendo ahora); y el año que viene activar.
— Pero ¿le das bola?
—Lo uso como mi única guía, total trabajar tenemos que trabajar siempre, comer también, lo básico sigue, con eso no se mete el horóscopo —con la última frase y lo volverá a hacer mucha veces en la conversación borra los límites de la ironía.
***
Aunque siguen cocinando pizas y panes para el bar que se abrió donde funcionaba su pizzería, ahora son mucho más libres, los fines de semana les pertenecen, tienen muchos proyectos, son inquietos. Se preguntan sobre la cultura en Tapalqué, quieren ser parte de eso y del rock local. Siempre están pensando en crear redes, en ser con otros para ser mejores. Su ambición es pasional, no se trata de la frivolidad o la fama, se trata de hacer arte y que eso les permita vivir, o vivir sin perder las ganas de seguir haciendo arte.
La tarde se va enfriando, me muestran su casa colectivo y cuando entro y veo el paisaje enmarcado por el enorme parabrisas me parece entender un poco más de qué se trata vivir ahí.
Ahora Facundo me enseña como hace para componer en el programa de la compu; improvisa unas melodías, le suma la guitarra, la canción nace, esculpe el tiempo con la tecnología y el instrumento, prueba sonidos retro y de los más modernos. Me emociona verlo disfrutar, me fijo en Noemí y ella está clavada también en el disfrute y la admiración. Facu se ríe de sus propias letras, las canta y las explica aunque sé que son mucho más que esa explicación. La escena es calcada del documental donde el Príncipe Gustavo Pena (músico uruguayo) sentado en su cama frente a la computadora le muestra a un amigo y periodista las canciones que tiene grabadas con el mismo programa. Me siento privilegiado de oír esas maquetas, desnudan el proceso creativo y son un manifiesto acerca del sentido de hacer arte y sobre todo de seguir insistiendo desde un pueblo perdido en medio de la pampa.